Uno de los compartimentos que más se repiten en los diseños de marcas de nevera es el destinado a los huevos, ubicado normalmente en la puerta del artefacto. Allí se pueden depositar por unidad, de forma que no se rompan ni se toquen entre sí. Lo que parece raro es que ese sitio sea el que está en más contacto con el exterior, cuando se abre y cierra el aparato.
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Y eso es lo raro, que los huevos estén en contacto con el exterior y los cambios de temperatura, una vez que se refrigeran. Para entender esta situación primero hay que mencionar que la cáscara que protege el interior tiene alta porosidad y que está compuesta por minerales. Entre esa cubierta y el exterior se produce un intercambio gaseoso.
La mejor forma de conservar los huevos después de comprarlos es en la nevera, de eso no hay dudas. Pero además, estos alimentos no se deben lavar antes de ser refrigerados ya que se dañaría la cubierta protectora y se acumularía humedad. Tampoco hay que retirarlos de su empaque, para tener siempre presente los datos de su elaboración y vencimiento estimado.
Guardar los huevos en la nevera, en su propio empaque, sin lavarlos y separados de otros alimentos (para no contaminarlos y tampoco estar propensos a que les caigan líquidos o se acerquen vapores) es la mejor opción. Hay que evitar colocarlos en la puerta del artefacto para que no tengan cambios de temperatura que dañen la cubierta protectora.
Por otro lado, cuando se compran huevos hay que revisar que ninguno esté roto o agrietado. De ser así debe retirarse inmediatamente para evitar la contaminación total del lote y desecharse. En caso de que las unidades tengan suciedad o restos de plumas, no deben lavarse, pero sí se pueden frotar con un paño seco o cepillo. Las unidades se pueden lavar con agua pero en el momento de uso.