La chirimoya es una fruta tropical de pulpa refrescante y muy aromática, con sabor dulce ligeramente ácido similar a la mezcla de piña y plátano, o al sabor de la pera. Es muy fácil de comer, se parte en dos mitades y se toma la pulpa con una cuchara, evitando las semillas. Procede de un árbol que le da nombre, el chirimoyo.
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Los orígenes de la chirimoya se sitúan en América del Sur, precisamente en las zonas andinas de Perú, Chile, Colombia y las zonas montañosas de Ecuador. En esas regiones, el árbol crece aún de forma espontánea, especialmente en los Andes peruanos. El nombre chirimoya procede del quechua chiri (frío) y muya (semillas), en referencia a que germina en terrenos de elevada altitud.
La chirimoya también se cultiva en Europa, principalmente, en la costa de Granada, en los municipios de Almuñécar, Jete, Otivar y Salobreña. Se tiene constancia de su existencia en la costa granadina desde hace más de 400 años, aunque su cultivo propiamente dicho comenzó hacia los años 40 del pasado siglo XX. Pero, recién en la década del 90 su expansión se extendió por todo el país.
La chirimoya está formada en su mayor parte por agua, pero también posee hidratos de carbono y aporta minerales como el calcio, el potasio y el hierro. Esta fruta es pobre en grasa y proteínas. Tiene la peculiaridad de contar con una gran cantidad de ácido fosfórico que, fluctúa alrededor de un 14%, lo cual eleva notablemente su valor nutritivo, constituyendo un alimento fosfatado natural. También aporta fibra, la cual mejor el tránsito intestinal.
Además, la chirimoya tiene un gran valor vitamínico en las del grupo B (ninguna fruta fresca posee tan alto contenido de vitaminas B1, B2 y B6), y también es fuente de vitamina C y de pequeñas cantidades de vitamina A. Además, por su aroma, sabor y color blanco puro, nos da garantía de lo higiénica que es. No necesita de ningún tratamiento culinario para ser consumida, ya que se come tal cual.