La mantequilla es ese alimento necesario en la mayoría de las preparaciones de pastelería, panificados, en salteados, en reducciones o simplemente se la utiliza como engrasador de sartenes, para que las comidas no se terminen pegando durante la cocción.
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Claro que también es un alimento que aporta sabor en desayunos y meriendas, untada en tostadas o galletas. Lo cierto es que es muy probable que en cada hogar haya una mantequilla en la nevera. Y si bien es un producto bastante noble que dura por bastantes días en el frío, hay que tener algunos cuidados para no estropear su consistencia y poder consumirla saludablemente.
La mantequilla es un producto lácteo que se elabora a partir de la nata de leche. El procedimiento consiste en batirla a grandes velocidades para que el suero y la grasa se separen, dando como resultado un alimento muy emulsionado que puede contener hasta un 85% de componente graso. Este aspecto es lo que hace que sea resistente a la aparición de bacterias.
Pero el alto componente graso de la mantequilla también la hace un producto que, si no se tienen algunos cuidados, se termina estropeando. Una de las claves para saber si este alimento se echó a perder es su color, si se torna muy oscuro quiere decir que fue expuesta a luz, calor y oxígeno de más.
Otra de las claves es la textura, cuando la mantequilla cambia su estructura molecular, se modifica totalmente su aspecto y es probable que hayan proliferado bacterias en el alimento. Esto se puede notar fácilmente a la vista con moho u otros hongos de color oscuro o verdoso. Finalmente, otra clave para saber si se ha echado a perder es su sabor: este se torna agrio o rancio. En definitiva, si se va a utilizar para cocinar se puede dejar unos minutos fuera de la nevera, pero si se la quiere conservar por más tiempo (sobre todo con temperaturas altas), lo ideal es dejarla en frío (entre 7°C y 10°C).