Los frutos rojos se han convertido en alimentos venerados por aquellos que desean seguir una dieta saludable. Diversos estudios de investigación en torno a estas bayas ha expuesto sus múltiples beneficios para nuestra salud pero obsesionarnos con el consumo exclusivo de estos frutos puede que no sea el mejor camino para una buena alimentación. Te contamos por qué.
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Los frutos rojos, entre los que se encuentran los arándanos, las grosellas, las frambuesas, la fresas o las moras, son una gran fuente de antioxidantes, que evita la oxidación de las células y por tanto la aparición de determinadas enfermedades. Este tipo de antioxidantes externos a los propios que genera el organismo sirven para contrarrestar los efectos del estrés oxidativo causado, entre otras cosas, por el alcohol, una mala alimentación o el tabaco.
El alto contenido de vitamina C de los frutos rojos, nutriente también antioxidante, supone un gran beneficio para nuestro organismo. De hecho, algunas variedades de estos alimentos, como las grosellas o las fresas, aportan a nuestra dieta más vitamina C que las naranjas. Esta vitamina favorece la absorción del hierro, con lo que conviene combinarlas con platos como las lentejas.
La vitamina C presente en estos frutos además es clave en la recuperación de los tejidos y la cicatrización. Sumar los frutos rojos a nuestra dieta también nos permite un mayor aporte de fibra, como tantas otras frutas y su consumo es popular por su practicidad, ya que no es necesario pelarlas y son fáciles de transportar. No obstante, basar nuestra dieta únicamente en estos frutos puede que no sea la mejor idea.
Los especialistas en nutrición sostienen que si bien los frutos rojos contiene numerosos y excelentes beneficios para nuestra salud, una correcta alimentación se basa en una alimentación variada, es decir, cuántos más colores tengamos en nuestra dieta mejor. Por este motivo debemos combinar estos alimentos con otros que complementan su aporte nutricional.