La intolerancia a la lactosa es un trastorno del sistema digestivo debido a la escasez o ausencia de una enzima que permite digerir la lactosa, para luego transformarse en glucosa y galactosa que se absorben en el intestino y pasa al torrente sanguíneo.
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Lo que sucede al faltar esta enzima es que la lactosa de los alimentos sólidos y líquidos hace su recorrido por el sistema digestivo hasta llegar al colon sin sintetizarse, lo que provoca que algunas bacterias interactúen con el azúcar de la leche no digerida y es allí cuando el cuerpo empieza a manifestar molestias.
La intolerancia a la lactosa se puede manifestar en tres tipos, según los factores que producen la deficiencia de la enzima necesaria. La primaria se da cuando la persona nace con producción de lactasa pero decaen los niveles drásticamente conforme vayan transcurriendo los años. La secundaria sucede cuando aparece luego de una enfermedad, cirugía, lesión o proliferación de bacterias, que afectaron el funcionamiento del intestino y por lo tanto la producción de la enzima. Y la congénita que se transmite de una generación a otra por cuestiones genéticas.
El cuerpo de las personas que sufren de intolerancia a la lactosa no puede digerir el azúcar de la leche. Esto se produce por la ausencia o escasez de una enzima necesaria para tal función que produce el intestino delgado: la lactasa. En algunos casos se produce una absorción incompleta que no causa mayores problemas, pero presenta molestias de todos modos.
Las señales de que una persona tiene intolerancia a la lactosa aparecen en un periodo de tiempo que va desde los 30 minutos a las 2 horas después de haber ingerido alimentos sólidos o haber consumido bebidas con contenido de lactosa. Los tres síntomas claves para ayudar a detectar el trastorno son: diarrea, cólicos estomacales y náuseas. Pero también se pueden formar gases, sentir sensación de pesadez o hinchazón del vientre y presentar vómitos. A menudo algunas personas también experimentan reacciones en la piel.